viernes, 9 de julio de 2010

The Polish ride



De nuevo en Berlín he decidido que había que hacer dos cosas. Una era seguir el curso del Ejército Soviético en su ataque sobre la ciudad con 2 millones y medio de soldados. La mayor fuerza ofensiva de la Historia. El hecho de que la capital resistiera semanas tamaño embate sabiendo que todo estaba perdido dice mucho de la capacidad de los alemanes (a los cuales robamos la camisa ayer en el Mundial).




La otra era visitar la fábrica de BMW Motorrad, o sea, el lugar de nacimiento de mis amadas princesas. Por cierto, hablando de princesas, ésta que estoy conduciendo ya se ha ganado su nombre. La compré no hace mucho de segunda mano con 45.000 km a un policía. El precio me resultó irresistible y necesitaba darle un respiro a Little Fat, que se ha ganado a pulso ser mi favorita y disfrutar por ello de un estatus que la dispensa de gastar su mecánica en un terreno tan fácil como Europa. Para ella están reservadas nuevas metas de las que ya hablaré cuando corresponda.




Llevamos juntos ya más de 5000 kilómetros y hemos alcanzado algunas de las capitales míticas de Europa. Ha logrado sus galones en mi afecto. Y un nombre. Aunque tengo dudas, por una parte me apetece llamarla Jackie the Tripper pero inmediatamente siento que merece ser llamada Red Jackie, por su color y por los países que está rodando. No se lo que opináis, y os invito a decantaros por uno. El caso es que Jackie se ha encontrado con que no todo es de color asfalto en su viaje.





Siguiendo el curso inverso del ataque ruso, hemos entrado en Polonia. Pensaba hacer una mera visita de cortesía al país, recorrer un poco su frontera y regresar a Berlín porque mañana viene un buen amigo con ímpetu de erudito para revivir los zarpazos de la ofensiva total que pondría fin a la guerra con el suicidio de un acorralado Hitler. Cualquiera que haya visto la magnífica película El Hundimiento, sentirá una emoción especial buscando los vestigios de la batalla.




O sea, que no tenía más misión en Polonia que corretear por la frontera y volver a Alemania. Pues bien, al poner en el GPS el primer pueblo polaco que me ha saltado a los ojos al abrir el mapa, el caprichoso aparato me ha metido por una pista forestal sin limpiar en todo el invierno. Por allí no había pasado nadie desde hacía meses. El paisaje era abrumador, boscoso a ratos, con ciervos huyendo de mi motor, y a ratos cerealístico.



Con el trigo muy alto y muy amarillo, era como recorrer un país amarillo e insólito. El piso tan arenoso como un desierto africano. Ha sido una divertidísima sorpresa, con caída incluida en una curva arenosa. No soy un piloto de enduro. Me gustan las pistas y las trialeras, pero no tengo pericia de endurero y como siempre viajo solo, nunca arriesgo en el terreno grueso.



No se puede decir que sea un experto. Eso sí, me lo paso como un enano y por pura necesidad he superado tramos dificilísimos en Asia, África, Oriente Medio, Turquía o América. El terreno no me detiene. En ese sentido soy como un panzer. En fin, un regalo inesperado en Polonia.



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